Desde Valverde a La Dehesa; pasando por el Mocanal, Guarazoca, Isora o San Andrés... Rara es la calle o el comercio donde no se hable del volcán submarino del Mar de las Calmas y de sus posibles consecuencias nefastas para la economía de la isla.
El herreño se plantea la duda alejado de alarmismo, pero también huyendo de los paños calientes o el optimismo sin base. Tampoco se creen las promesas de las autoridades hasta que no las vean hechas realidad ante sus ojos.
"El Hierro estaba funcionado por el turismo: el buceo, las playas, la pesca... Si esto se hunde... ¿Quién va a querer acercarse a una isla si no se puede ir al mar?" se escucha un pequeño bar de Frontera donde tres debatientes sacan una conclusión conjunta antes de acabarse su 'barraquito': "Esperemos que esto se solucione pronto".
Juana, una anciana de El Pinar, la población más cercana al desalojado pueblo de La Restinga, adopta una visión más empírica: "Cuando no se sabe qué va a pasar en el futuro, hay que mirar al pasado". Lo malo es que para ella, hablar de problemas en El Hierro y en pleno mes de noviembre no es plato de buen gusto. Aún recuerda cómo décadas atrás, éste era conocido como el "mes del hambre". "El peor mes del año. Las abuelas contaban cosas que erizaban sobre los 'noviembres negros'", rememora.
La paternidad literaria del término es de Juan Antonio de Urtusáustegui, un ilustrado tinerfeño que visitó la isla de El Hierro en 1779 como gobernador de Armas, y regresó posteriormente en 1785. Impresionado por las calamidades que sufría la marginada isla canaria, escribió 'Diario de un viaje a la isla de El Hierro'.
En sus páginas, imbuidas por el espíritu del Reformismo Ilustrado, Urtusáustegui narra cómo la isla poseía una sociedad austera, donde las familias, tanto las ricas como las pobres, aspiraban a ser autosuficientes: producir su propia comida y confeccionar su vestimenta y objetos de labranza y pastoreo.
Por este motivo, el penúltimo mes del año sólo acarreaba problemas a los herreños del siglo XVIII, XIX e incluso comienzos del XX, tal y como también recoge Carlos Quintero Reboso en su obra 'El Hierro, una isla singular'.
El motivo era sencillo: en noviembre la fruta ya se había acabado, no quedaban papas ni gofio, la mayor parte de los animales aún no habían dado a luz a nuevos cachorros y todavía no se había matado al cerdo. Demasiados 'peros' para esa sociedad autosuficiente donde el comercio interior y exterior estaba muy limitado por las condiciones geográficas, los oficios escasos y las profesiones relacionadas con la sangre o la muerte (caso de los carniceros y los enterradores) eran consideradas "viles".
Este hecho obligaba a los herreños a agudizar el ingenio y recurrir a las raíces del helecho y al gofio de creces, elaborado con la fruta de la haya. Todo ello cuando el año había sido generoso en lluvias. Si por contra la isla había sufrido sequía, el panorama se tornaba desolador.
Así lo explica Urtusáustegui: "Negó la tierra a esos miserables aquellas yerbas silvestres que alimentan un poco, y echaron mano de las que jamás hubieran oído pudieran servir de alimentos al hombre, y muchas de ellas ni aun a los animales, tales eran conejera, amapola, carcosa, la flor de habas y otras semejantes, que cocinaban reduciendo los restos a pequeñas bolas: de este modo caídos de ánimo y sin vigor alguno, inflado el cuerpo, y en particular el vientre, parecían más bien monstruos que esqueletos, ni vivos, difuntos".
A día de hoy, parece poco probable que alguien vaya a pasar hambre en El Hierro por culpa de las erupciones submarinas. Pero sí numerosas dificultades en su día a día. Por eso los afectados por la crisis sísmica y volcánica esperan que los paquetes de ayudas directas prometidas por los políticos no caigan en saco roto o se queden empantanados en la burocracia.
Mientras tanto, y hasta que el magma no aporte nuevas noticias, los herreños seguirán a sus labores, esperando volver a la normalidad cuanto antes, como bien narraba otro célebre historiador canario, José de Viera y Clavijo: "Los herreños son como su propio país: duros, sanos y fecundos. Tienen los cuerpos bien fornidos, son blancos y rubios por lo común, frugales, sobrios, laboriosos y de natural compasivo; los hijos no les son una carga. Los vicios de otros pueblos más civilizados no han corrompido sus costumbres".http://www.elmundo.es/elmundo/2011/11/08/espana/1320750084.html
El herreño se plantea la duda alejado de alarmismo, pero también huyendo de los paños calientes o el optimismo sin base. Tampoco se creen las promesas de las autoridades hasta que no las vean hechas realidad ante sus ojos.
"El Hierro estaba funcionado por el turismo: el buceo, las playas, la pesca... Si esto se hunde... ¿Quién va a querer acercarse a una isla si no se puede ir al mar?" se escucha un pequeño bar de Frontera donde tres debatientes sacan una conclusión conjunta antes de acabarse su 'barraquito': "Esperemos que esto se solucione pronto".
Juana, una anciana de El Pinar, la población más cercana al desalojado pueblo de La Restinga, adopta una visión más empírica: "Cuando no se sabe qué va a pasar en el futuro, hay que mirar al pasado". Lo malo es que para ella, hablar de problemas en El Hierro y en pleno mes de noviembre no es plato de buen gusto. Aún recuerda cómo décadas atrás, éste era conocido como el "mes del hambre". "El peor mes del año. Las abuelas contaban cosas que erizaban sobre los 'noviembres negros'", rememora.
La paternidad literaria del término es de Juan Antonio de Urtusáustegui, un ilustrado tinerfeño que visitó la isla de El Hierro en 1779 como gobernador de Armas, y regresó posteriormente en 1785. Impresionado por las calamidades que sufría la marginada isla canaria, escribió 'Diario de un viaje a la isla de El Hierro'.
En sus páginas, imbuidas por el espíritu del Reformismo Ilustrado, Urtusáustegui narra cómo la isla poseía una sociedad austera, donde las familias, tanto las ricas como las pobres, aspiraban a ser autosuficientes: producir su propia comida y confeccionar su vestimenta y objetos de labranza y pastoreo.
Por este motivo, el penúltimo mes del año sólo acarreaba problemas a los herreños del siglo XVIII, XIX e incluso comienzos del XX, tal y como también recoge Carlos Quintero Reboso en su obra 'El Hierro, una isla singular'.
El motivo era sencillo: en noviembre la fruta ya se había acabado, no quedaban papas ni gofio, la mayor parte de los animales aún no habían dado a luz a nuevos cachorros y todavía no se había matado al cerdo. Demasiados 'peros' para esa sociedad autosuficiente donde el comercio interior y exterior estaba muy limitado por las condiciones geográficas, los oficios escasos y las profesiones relacionadas con la sangre o la muerte (caso de los carniceros y los enterradores) eran consideradas "viles".
Este hecho obligaba a los herreños a agudizar el ingenio y recurrir a las raíces del helecho y al gofio de creces, elaborado con la fruta de la haya. Todo ello cuando el año había sido generoso en lluvias. Si por contra la isla había sufrido sequía, el panorama se tornaba desolador.
Así lo explica Urtusáustegui: "Negó la tierra a esos miserables aquellas yerbas silvestres que alimentan un poco, y echaron mano de las que jamás hubieran oído pudieran servir de alimentos al hombre, y muchas de ellas ni aun a los animales, tales eran conejera, amapola, carcosa, la flor de habas y otras semejantes, que cocinaban reduciendo los restos a pequeñas bolas: de este modo caídos de ánimo y sin vigor alguno, inflado el cuerpo, y en particular el vientre, parecían más bien monstruos que esqueletos, ni vivos, difuntos".
A día de hoy, parece poco probable que alguien vaya a pasar hambre en El Hierro por culpa de las erupciones submarinas. Pero sí numerosas dificultades en su día a día. Por eso los afectados por la crisis sísmica y volcánica esperan que los paquetes de ayudas directas prometidas por los políticos no caigan en saco roto o se queden empantanados en la burocracia.
Mientras tanto, y hasta que el magma no aporte nuevas noticias, los herreños seguirán a sus labores, esperando volver a la normalidad cuanto antes, como bien narraba otro célebre historiador canario, José de Viera y Clavijo: "Los herreños son como su propio país: duros, sanos y fecundos. Tienen los cuerpos bien fornidos, son blancos y rubios por lo común, frugales, sobrios, laboriosos y de natural compasivo; los hijos no les son una carga. Los vicios de otros pueblos más civilizados no han corrompido sus costumbres".http://www.elmundo.es/elmundo/2011/11/08/espana/1320750084.html
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